En nuestros paÃses, todo se va para no volver, excepto el populismo. Es un sino trágico que, de tantas cosas bellas y espléndidas que perecen en el mundo, la cepa latinoamericana del virus populista universal desafÃe al tiempo, a las instituciones y al sentido común, prevaleciendo sin morir. Mas no debemos asombrarnos, pues como nuestros paisanos mantienen la infausta ilusión que la polÃtica resuelve todo, y de mágica manera, el populismo de estas tierras tiene aquà su mayor y más pertinaz influencia.
El eterno retorno del populismo latinoamericano recuerda al mito de SÃsifo, siendo esta perversión polÃtica equivalente a aquella inmensa roca que el mÃtico rey de Éfira debÃa empujar penosamente cada dÃa, en castigo por haber escapado de los infiernos. Sólo que, en nuestro caso, no huimos del inframundo: gracias al populismo, permanecemos en él, aplastados por el asfixiante peso de la pobreza, corrupción y decadencia que éste causa.
¿Cómo hace el populismo latinoamericano para regresar cada mañana, fresco y lúcido como un adolescente, a pesar de las noches de adrenalina y pesadilla que hace vivir a millares de personas, desde el RÃo Grande hasta Tierra del Fuego? ¿Cuál es el secreto de su inmortalidad?
El secreto de la sempiterna vitalidad del populismo latinoamericano consiste en confundir el juicio de los ciudadanos que lo padecen, prometiendo un paraÃso terrenal que nunca llega. No obstante, en vez de reconocer su fracaso, opta siempre por achacarlo a otros: a la burguesÃa, el imperialismo, la gusanerÃa, la oligarquÃa, el neoliberalismo. De esta manera, como la promesa del paÃs de Jauja no se cumple en sus sucesivas versiones, el populismo en América Latina siempre vuelve. Por eso tenemos diversas versiones del populismo en cada siglo de nuestra desgraciada existencia continental, cada una más sofisticada que la anterior, y más peligrosa.
Lo más grave de esa impertérrita vigencia, que se multiplica cual si fueran las cabezas de la Hidra de Lerna, es que el populismo fomenta la irresponsabilidad ciudadana y termina por marcarla, con hierro caliente, en la mentalidad de nuestros pueblos. Algo de culpa tienen los muchos gobiernos populistas que hemos tenido en ciertas frases como «hecha la ley, hecha la trampa», o «para mis amigos, todo; para mis enemigos, la ley», entre otras que constituyen el sedimento cultural de nuestras sociedades.
De allà que el último retorno del populismo latinoamericano sea el denominado socialismo del siglo XXI. Dado que la vuelta a una dictadura de charreteras, uniformes y pistolas es inviable, admitida únicamente para Cuba, el populismo de este siglo se disfraza de la democracia hasta despojarla de contenido y pervertir su significado. En los hechos, se trata del mismo viejo sistema intervencionista, clientelar y de vocación totalitaria. Para que el populismo se marche y no vuelva más, debemos convencernos que el desarrollo no admite atajos, solamente esfuerzos; que no resulta de un acto mágico desde el poder, si no del entramado de acciones destinadas a producir y prosperar que significa el mercado libre; que es nuestra responsabilidad, y no de otros, conseguir el bienestar o alejarlo para siempre. Aceptemos esa verdad y esta vez seremos libres.
[1] Escritor y jurista peruano, Presidente del Instituto de Estudios de la Acción Humana (www.ieah.org) y Vicepresidente de la Red Liberal de América Latina (www.relial.org). Autor deLibertad para todos y PolÃticas liberales exitosas 2, entre otras publicaciones.