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Con impacto recibió la sociedad paraguaya la confesión de su presidente Fernando Lugo el pasado 13 de abril, en donde confirma una relación con Viviana Carrillo y reconoce la paternidad de un niño de dos años. Siguiendo a Carrillo, otras dos mujeres, Benigna Leguizamón y Damiana Morán, también lo demandan por la paternidad de sus hijos.

Fernando Lugo de 58 años, fue obispo hasta el año 2006, cuando, renuncia al Ministerio Sacerdotal para dedicarse a la política. Sin embargo, sólo el 20 de julio de 2008, dos semanas antes de que asumiera el poder, la Iglesia le concede la reducción al estado laico.

Estos acontecimientos, se enmarcan en un primer año de gobierno en que el presidente ha hecho cuatro cambios en su gabinete. Decisiones que han generado que la prensa y los analistas políticos piensen que se deben a una estrategia política para desviar la atención sobre los hechos de abril.

Con estos acontecimientos, se demuestra que el presidente más allá de haber vulnerado sus responsabilidades morales, ha roto un compromiso eclesiástico, y amparado en la imperfección del ser humano excusa sus acciones. En la propia definición de Lugo sobre el celibato éste afirma que «es una opción personal, de fe, que hace la iglesia Católica Latina, que viene hace 1500 años (.) creo que el único perfecto es Dios y todo lo que haga la persona humana es imperfecto, así que el celibato también es una cuestión imperfecta del hombre o de la mujer»[i].

Las cifras no son muy generosas con la popularidad del presidente. Una vez que se conocieron sus confesiones su aceptación bajó de un 64,14% a un 48,04%, de acuerdo a un estudio de la empresa Servicios Digitales S.A. publicado en abril.

De lo siguiente se desprende que, pese a no ser un tema de Estado, los ciudadanos paraguayos no han podido separar a la persona del cargo. Además de que se genera la legítima duda: si es que incumplió su promesa religiosa por qué no hará lo mismo con las políticas.