México: Asedio a periodistas mexicanos

Editorial La Nación

Hace pocos días atrás señalábamos desde estas columnas editoriales que la seguridad de los periodistas en América latina y en el mundo se ve cada vez más amenazada por quienes desean callar la verdad con balas, como si fuera posible «matar» lo evidente en el cuerpo de quienes se atreven a denunciar corrupción, narcotráfico o abusos de poder. Y cuando ello ocurre, la libertad de prensa está en creciente peligro. En el caso particular de México, la profesión de periodista es de altísimo riesgo; algunos dicen que es como ir al campo de batalla sin fusil y sin protección. Después de Siria, México es probablemente el país con más peligro para la vida de los periodistas; sin dejar de lado los riesgos para los profesionales de la información en Colombia, hasta hace bien poco; Filipinas, todavía, o Turquía, de manera creciente.

Desde 2000, por lo menos 102 periodistas han sido asesinados en México en delitos directamente relacionados con el desempeño de sus funciones. Y tres periodistas fueron asesinados sólo en el pasado mes de marzo.

El último de los atentados tuvo como víctima a la periodista Miroslava Breach, lo cual precipitó el cierre del periódico Norte de Ciudad de Juárez, en el que escribía. El director de dicho periódico, Oscar Cantú Murguía, explicó, en una carta que comenzaba con un «Â¡Adiós!» en la portada de su último número, que no quería poner en riesgo a más reporteros, que no quería perder la vida él mismo y que, después de 27 años de existencia y con 35.000 lectores, se vio obligado a cerrar la publicación. Según Cantú, cerrar Norte fue un acto de protesta: «La impunidad es tal, no sólo en nuestro estado, sino en el país, que decidí evitar que alguno de nuestros colaboradores corra el riesgo», sostuvo.

Ser periodista en Ciudad Juárez no es nada fácil. Si bien es cierto que ya no es la ciudad más violenta del mundo (en 2016 se registraron 27,17 asesinatos por cada 100.000 habitantes, en contraste con cinco años atrás, cuando llegó a reportar más de 200 homicidios, lo que le valió el triste título), Ciudad Juárez sigue siendo una trampa mortal para los periodistas.

Como lo reflejan los propios medios mexicanos, ejercer la libertad de expresión en el país azteca puede tener serias consecuencias y usualmente va acompañado de violencia. A diferencia de las guerras tradicionales, en México los periodistas no mueren en un fuego cruzado o por una bala perdida. Aquí, los asesinos cazan a los periodistas, los sacan a rastras de sus oficinas y de sus casas, los interceptan en la calle, prenden fuego a sus redacciones y les hacen llamadas telefónicas intimidantes.

Nada puede justificar los ataques contra la libertad de prensa y la seguridad de los periodistas. Es esencial, entonces, que los Estados y la comunidad internacional se movilicen para que se la respete y para que los periodistas puedan ejercer su profesión libremente y en un entorno de seguridad.

Debe desterrarse la sensación, muchas veces transformada en realidad, de que las muertes de los periodistas sólo quedan registradas como una fría estadística.

 

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Publicado originalmente en La Nación (Argentina), el 27 de abril de 2017