El Salvador: Otro guerrillero llega al poder, con una diferencia de 0,22% en El Salvador

Editorial de El Mercurio

 

Si bien el tribunal electoral dio a Sánchez Cerén como el ganador de las elecciones recién pasadas, su contrincante de derecha consideró el triunfo «ilegítimo» y denunció un «fraude». Tras ganar la primera vuelta, las encuestas mostraban al ex comandante rebelde liderando las preferencias por más de diez puntos, por lo que la estrechísima diferencia de los resultados no debería sorprender sino en la medida en que fue mucho menor de lo previsto.

Sánchez Cerén ha dicho que él está en la línea de José Mujica, de Uruguay, y de Dilma Rousseff, de Brasil, dos presidentes que antaño participaron en guerrillas izquierdistas y que hoy lucen credenciales socialdemócratas. El ex comandante salvadoreño ha rechazado la posibilidad de alinearse con el eje venezolano, y descartó seguir el ejemplo del tercer ex rebelde que gobierna en la región, Daniel Ortega, de Nicaragua.

El «comandante Leonel González», chapa de Sánchez, fue uno de los cinco líderes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, FMLN, que firmaron la paz en enero de 1992, tras lo cual miles de guerrilleros se desmovilizaron y entregaron sus armas en el plazo de un año. Actualmente ejerce el cargo de Vicepresidente en el gobierno de Mauricio Funes, un periodista partidario de la guerrilla pero no miembro de ella, y que ganó las elecciones pasadas como candidato del FMLN, convertido en partido político tras los acuerdos de paz. Desde entonces, el FMLN ha participado en la vida política salvadoreña como un partido de izquierda no radical.

Tras dos décadas de gobiernos de derecha, el triunfo de Funes, hace cinco años, alertó sobre los peligros de que el proceso de paz en El Salvador perdiera el impulso democrático si es que su administración se inclinaba hacia el ALBA. Hasta ahora eso no ha ocurrido, pero se mantiene en ciertos círculos el temor de que con Sánchez Cerén se reactiven sectores extremistas que busquen cambiar el modelo.

Historia de un proceso

La pacificación de El Salvador es uno de los casos más exitosos de mediación de Naciones Unidas. Con el fin de la Guerra Fría, la lucha de los guerrilleros marxistas en Centroamérica fue perdiendo impulso, y Estados Unidos, que apoyaba contundentemente al gobierno salvadoreño, fue interesándose en poner término a la lucha. Fue en los últimos días de gestión de Javier Pérez de Cuéllar como secretario general de la ONU cuando se firmó la paz.

Las condiciones fueron estrictas y muy vigiladas. A cambio de la desmovilización y entrega incondicional de las armas, los rebeldes obtenían la seguridad de que se incorporarían a la vida política, que se reduciría el amplio papel de las Fuerzas Armadas y que se les otorgarían tierras para que se instalaran los desmovilizados. No fue fácil la implementación de los acuerdos, pero en un año ya se habían cumplido todas las etapas establecidas, siendo el tema de la distribución de tierras el más complicado.

Para los escépticos del resultado del proceso de paz impulsado por el Presidente Juan Manuel Santos en Colombia, el caso salvadoreño puede arrojar luces sobre cómo se lleva a puerto una pacificación interna. Es cierto que en El Salvador no existía el complejo tema del narcotráfico y sus vínculos estrechos con la guerrilla, pero sí hubo en ese país otros temas complejos, como las violaciones a los derechos humanos cometidas por ambos bandos. Horribles crímenes se perpetraron en nombre de las ideologías antagónicas, tanto por la guerrilla marxista, las Fuerzas Armadas y los «Escuadrones de la muerte», los cuales fueron investigados por una Comisión de la Verdad y, más tarde, sus autores recibieron los beneficios de una ley de amnistía amplia, lo que, supuestamente, ayudó a la reconciliación nacional.

La llegada al poder de un ex miembro importante de la guerrilla y firmante de la paz cierra un capítulo de este proceso y, al mismo tiempo, desata inquietudes sobre su futura gestión.

Desafíos del próximo gobierno: ganar confianza opositora

Con un crecimiento de apenas el 1,9 por ciento el año pasado y una pobreza que incluye al 40 por ciento de la población, el gobierno que asumirá en junio tendrá una tarea complicada para mejorar la situación económica del país. Sánchez Cerén ha dicho que quiere seguir a Mujica en cuanto a la preocupación por el desarrollo y la inversión social. En ese sentido, continuará los planes sociales de Funes, que han ayudado a aumentar la escolaridad, mejorado las pensiones de los mayores, la atención de salud de las mujeres y el trabajo de los campesinos.

A la economía se suma otro desafío para Sánchez, el de la seguridad ciudadana. Con más de 10 mil violentos pandilleros, el gobierno deberá desarticular esas bandas, las que, en todo caso, han declarado una tregua que consiguió bajar las muertes a la mitad en dos años.

Por las suspicacias de los opositores, Sánchez tendrá que hacer algo más que llamarlos a construir «una agenda común»: deberá ganarse su confianza y convencerlos de que no cambiará el modelo democrático.

 

 

Publicado originalmente en El Mercurio, el 17 de marzo de 2013.