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El Presidente del Centro de Estudios Públicos de Argentina, Mario Teijeiro, anticipándose al grave conflicto institucional del gobierno con el Banco de la República Argentina (Banco Central), en diciembre pasado, analizó la situación polÃtica y económica argentina. Ésta ha alcanzado un punto preocupante, con perspectivas de mediano plazo desoladoras en términos de libertad y progreso económico y social.
A continuación el análisis de Teijeiro.
EL MODELO DEL BICENTENARIO
«Mientras Kirchner no descansa y trabaja frenéticamente para robarse todas las banderas «progresistas», destruir a sus competidores y ser reelecto en el 2011, la oposición está consensuando el siguiente diagnóstico:
-  Estamos frente a un problema esencialmente polÃtico, de una democracia corrompida por la concentración del poder en el Poder Ejecutivo nacional.
-  Para superar esta situación, la oposición deberÃa acordar un pacto de la Moncloa argentino que comprenda las polÃticas de estado que ejecutará quien gane en el 2011 con el apoyo del resto del espectro polÃtico.
¿Será este planteo suficiente para superar nuestros males? Las dudas son varias. Los vicios de nuestra democracia, ¿son atribuibles exclusivamente a los Kirchner? ¿O responden a problemas sociales y culturales más profundos? ¿Bastará con que los Kirchner sean derrotados en el 2011 para poder recuperar una democracia con equilibrio de poderes y un modelo económico que permita crecer sostenidamente y reducir la pobreza? ¿Qué tipo de polÃticas de estado puede consensuar hoy la dirigencia opositora? Pues no basta consensuar en el error sino es necesario acertar con las polÃticas de estado adecuadas.
El punto de partida de esta nota es simple: la cultura media de nuestra población es la que determina la calidad de nuestra polÃtica. El empobrecimiento de las mayorÃas es lo que condiciona que una clase polÃtica que necesita de los votos para competir por el poder, llegue a consensos distribucionistas que atentan contra el crecimiento. Hoy mandan las encuestas y la tendencia de mediano plazo es muy preocupante, pues es difÃcil que la polÃtica tome un camino independiente de la evolución de las variables sociales. La pobreza mayoritaria lleva generalmente a polÃticas de estado distribucionistas y éstas desalientan la inversión y multiplican la pobreza, condenándonos asà a un cÃrculo vicioso.
Para poder salir de la trampa primero cabrÃa revertir los factores que están multiplicando la pobreza; segundo, deberÃamos aspirar a un modelo de paÃs distinto, donde sea mayorÃa una clase media de ciudadanos independientes y responsables -no los dependientes del Estado-; y tercero, deberÃamos cambiar radicalmente el modelo económico y la polÃtica migratoria para acercarnos a esa meta.
EL CÃRCULO VICIOSO
Las tendencias demográficas y sociales que se visualizan en nuestro paÃs muestran un empobrecimiento de la clase media y un crecimiento estructural de la pobreza. Esta evolución no es casualidad sino es consecuencia inevitable de la inmigración de pobreza de paÃses vecinos, de la mayor tasa de natalidad de nuestra población pobre y de la emigración de los hijos de familias de clase media y alta. También es consecuencia de la destrucción de la educación pública, de un clima de negocios que atenta contra la inversión privada y del crecimiento de la presión tributaria que desalienta el trabajo formal. La calidad educativa es particularmente importante para la prosperidad de la clase media  cuando cientos de millones de trabajadores se están incorporando a la globalización dispuestos a sacrificios máximos para superar la pobreza.
El crecimiento relativo de la población pobre tiene consecuencias polÃticas inevitables, la principal de las cuales es un electorado crecientemente dispuesto a responder a propuestas distribucionistas. En una democracia con voto universal los representantes adecuan sus propuestas a las encuestas y las polÃticas tienden asà a coincidir con los intereses de las mayorÃas empobrecidas. «Pretendo pelearle al peronismo esa bandera de la justicia social», declara el nuevo presidente del radicalismo Ernesto Sanz.[1] Pero claro, esa competencia por el poder augura la continuidad de un cÃrculo vicioso, pues las propuestas distribucionistas ahuyentan la inversión, destruyen la cultura del trabajo, fomentan la paternidad irresponsable -con los subsidios a la niñez- y generan cada vez más pobres.
La destrucción del espÃritu de competencia entre los empresarios protegidos; y de la cultura del esfuerzo entre los recipientes de las dádivas estatales, es una pieza clave del cÃrculo vicioso. «El énfasis excluyente en la distribución está convirtiendo a millones de argentinos, sean obreros o empresarios, en mendicantes del Estado», nos dice con razón Mariano Grondona.[2] ¿Qué han de apoyar electoralmente esas mayorÃas que viven del empleo público, de una jubilación estatal, de un plan Familias, o de los negocios con el Estado, sino el agrandamiento de las prebendas distribucionistas?
En este cÃrculo vicioso se encuentra hoy nuestro paÃs y esto explica por qué la oposición compite con propuestas aún más generosas que las del oficialismo (el subsidio universal a la niñez es el ejemplo más reciente). Explica por qué a Kirchner le ha sido posible encontrar aliados circunstanciales entre la oposición para sancionar leyes «progresistas». Explica también el creciente peso polÃtico de las organizaciones piqueteras que representan a sectores informales cada vez más numerosos.
EL CONSENSO DEL BICENTENARIO
En este contexto la idea que ronda por la oposición es un pacto de la Moncloa argentino, capaz de generar un consenso multipartidario que se traduzca en polÃticas de estado que ejecutarÃa quien gane las elecciones del 2011 con apoyo de quienes pierdan. La manifestación más destacada de esta idea es el Plan elaborado por Terragno y apoyado por Duhalde.[3] Se trata de un plan industrialista/desarrollista que cuenta con el apoyo de la UIA. El gravamen de la renta financiera, la desgravación de las utilidades reinvertidas, una fuerte presión impositiva para financiar un estado de bienestar universalista, un programa importante de inversión en infraestructura, son algunos de sus rasgos centrales.[4] De reducir los impuestos al comercio exterior ni se habla. Tampoco se habla de cambiar la polÃtica migratoria, ya que los empresarios consideran que la inmigración de mano de obra barata baja los costos laborales y permite competir con Brasil. Se trata del mismo modelo proteccionista en lo comercial, con inmigración de pobreza de paÃses vecinos y una polÃtica impositiva asfixiante para financiar un estado de bienestar con polÃticas universales.
El plan Terragno podrÃa ser una mejora marginal frente a los excesos del Kirchnerismo si se revirtiera la desinversión en infraestructura, si hubiera menos discreción y más respeto por los intereses de la empresa privada y se restaurara el superávit fiscal. Pero es la continuidad de un modelo de paÃs que nos hace perder las oportunidades comerciales que hoy ofrece la globalización, nos asemeja cada vez más a Latinoamérica -sociedades con pocos ricos muy ricos y mayorÃa de pobres dependientes del Estado- y tiene el potencial de acelerar un cÃrculo vicioso donde la pobreza condiciona polÃticas populistas y las polÃticas populistas provocan más pobreza.
DEMOCRACIA Y CRECIMIENTO ECONÓMICO
La conciliación de democracia y crecimiento económico es muy difÃcil en paÃses con extensas mayorÃas de población pobre. Ahà están los ejemplos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, en los que el proceso democrático ha degenerado en gobiernos reivindicatorios de las mayorÃas populares, que atentan contra los derechos de propiedad, destruyen la confianza y multiplican la pobreza. Argentina, que era un paÃs distinto con una clase media imbuida de los valores del esfuerzo individual y el ahorro, ingresó en ese cÃrculo vicioso en 1945 y está por verse si podrá salir de él.
El cÃrculo virtuoso entre democracia y crecimiento económico puede darse, pero es un estrecho pasaje que necesita simultáneamente una clase polÃtica que renuncie al populismo y una exitosa economÃa de mercado que genere simultáneamente crecimiento y reducción de la pobreza y desarrolle una mayoritaria clase media independiente -no prebendarÃa del Estado- que sirva de sostén polÃtico para la continuidad de una economÃa abierta y competitiva.
Brasil y Chile son dos modelos distintos en la búsqueda de ese estrecho pasaje. Brasil tiene cada vez más peso en la esfera internacional por su tamaño y por la coherencia histórica de su polÃtica exterior (mientras nosotros carecemos de tamaño y de confiabilidad internacional). Las poderosas centrales empresarias han logrado influir para encarrilar la polÃtica interna hacia un respeto de sus intereses, aunque al costo de aceptar una altÃsima presión tributaria y una extendida intervención distributiva del Estado. Esta combinación parece apropiada y suficiente en un contexto internacional muy favorable. Pero la vulnerabilidad del modelo brasileño radica en que como consecuencia del proteccionismo industrial y de las ineficiencias asociadas a la intervención estatal distributiva, la economÃa crece poco y no transforma pobres en ciudadanos de clase media independientes, sino en una masa de dependientes del estado, enemigos crónicos de los valores del esfuerzo individual. El riesgo del modelo brasileño es que como consecuencia de algún tropezón económico, probablemente relacionado al fin del contexto internacional favorable, las mayorÃas electorales reclamen una nueva vuelta de distribucionismo y el paÃs cambie hacia un cÃrculo vicioso, como ocurrió en Argentina luego del 2001.
El modelo chileno, en cambio, está también apoyado en una institucionalidad polÃtica que respeta los intereses empresarios pero dentro de un modelo con libertad de comercio exterior y un Estado mucho más chico. Esto le ha permitido crecer espectacularmente y reducir genuinamente la pobreza generando empleos (no artificialmente subsidiando la pobreza). Consecuentemente, el modelo chileno está en un cÃrculo virtuoso, pues su éxito está cambiando la cultura de empresarios y obreros que crecientemente creen en la iniciativa privada y no en las prebendas estatales. Ese cambio cultural sostiene polÃticamente un modelo de economÃa abierta y competitiva y Chile está a punto de elegir como presidente a un empresario multimillonario.
La visión de quienes proponen nuestro Pacto de la Moncloa es emular a Brasil. Los politólogos ansÃan emular la calidad de su polÃtica y los empresarios prebendarios ansÃan adquirir la capacidad de lobby de sus colegas brasileños. Pero la comparación entre los dos paÃses vecinos sirve para demostrar que el modelo a emular es Chile, que tiene mayor calidad institucional, menos corrupción, mayor capacidad de crecer y reducir la pobreza y consecuentemente mayores chances de sostenibilidad polÃtica.
El modelo del bicentenario no deberÃa perpetuar el modelo industrialista, sino volcarse al libre comercio. No deberÃa mantener la inmigración de pobreza sino tener una polÃtica migratoria selectiva. No deberÃa continuar con un distribucionismo universal -que requiere una presión impositiva que anula la competitividad y genera informalidad- sino limitar la intervención distributiva a atender la extrema pobreza. No deberÃa mantener la dependencia polÃtica de los gobiernos provinciales a través de la coparticipación federal y otras transferencias, sino darles la responsabilidad de manejar sus gastos con recursos propios.
No deberÃa mantener la educación secuestrada por los intereses de los burócratas provinciales y de los gremios docentes de la CTA, sino hacerla competitiva y meritocrática.
Si emulamos a Brasil, seguiremos pareciéndonos cada vez más a ese paÃs, creciendo de manera mediocre y concentrada, acumulando villas miserias en nuestros conurbanos, multiplicando el crimen y el narcotráfico y prolongando un cÃrculo vicioso a través de la influencia del deterioro social sobre el populismo polÃtico. Pero la pregunta del millón es cómo cambiar un modelo intervencionista que desde 1945 ha creado tantas deformaciones culturales e intereses polÃticos y económicos coincidentes con su perpetuación».
[1] Entrevista en la revista Enfoques de La Nación, Domingo 6 de Diciembre de 2009.
[2] Mariano Grondona, «La degradación de nuestra escala de valores», La Nación, Domingo 29 de Noviembre de 2009.
[3] La alianza polÃtica y el programa técnico fueron presentados recientemente por Duhalde y Terragno en el Council of the Americas, en Nueva York.
[4] El plan de Terragno no explica cómo conciliar una tasa de ahorro del 35% del PBI con un aumento del papel distributivo del Estado.