Panamá: Regulando plátanos

Por:

John A. Bennett Novey

En:

Fundación Libertad

País:

Columnas

Fecha:

1 de noviembre de 2010

El título de una noticia de La Prensa del domingo 3 presente pasado, sugiere que el «IMA debe regular el precio del plátano», lo cual llama la pregunta: ¿por qué?, o ¿para qué? El artículo sugiere que esta medida obedece a la preocupación que sienten los productores ante el drástico bajón que ha sufrido el precio del producto, y añade que no saben a qué se debe, si a abundancia o carencia.

Comencemos por señalar que si no saben el por qué del bajón menos deben meterse a regular precios. Cualquier estudio somero de la historia humana mostrará que todos los intentos de usar la regulación de precios como medio de protección de algunos, desfavorece a otros y termina afectando negativamente a todos.

Muchas de las hambrunas más horribles a través de la historia fueron atribuibles a la regulación de precios, y el mero hecho de que existen funcionarios que se creen capacitados para intervenir en procesos de un mercado que no entienden es manifestación de soberbia. Si ni los mismos economistas se pueden poner de acuerdo respecto a los fenómenos del mercado, ¿cómo creen los burrócratas que ellos tienen la capacidad de intervenir exitosamente?

Supongamos que mañana todos los panameños decidimos sembrar plátano; es obvio que los precios se irían a pique. Quizás el mercado estaría informándonos que: existe una sobreproducción de plátanos; o que los precios estaban tan altos que la gente comenzó a sustituirlo por otros productos más asequibles a su bolsillo; o que de pronto todos los panameños perdieron el apetito por esta fruta.

El deseo de «planificar» las cosas y lograr una mejor redistribución de las riquezas, por más lindo que suene, trae más problemas que remedios, tanto para productores como para consumidores. Lo que para uno es un «precio justo» para el otro no lo es, y al final terminamos con un intervencionismo opresivo y descontento generalizado.

Lo esencial aquí es que ningún funcionario es el manantial del estándar ético que le permitiría decidir sobre estas cosas; ya que su verdadera función es la de evitar abusos y no la de jugar a Dios.

No es nada fácil decidir cómo lograr los reales, y recién vimos que los precios del plátano habían estado escalando. Obvio que esto envió un mensaje a los productores de que el momento era ideal para sembrar plátano y quizás se les fue la mano. Frente a ello, ¿tiene algún sentido que el gobierno diga que no se puede vender a menos de tanto o a más de tanto?

Si un productor tiene toneladas de plátano que no puede colocar, ¿acaso no tiene el derecho de venderlo a menor precio para no perder tanto? Y si otro produce los mejores plátanos del país, porque se las ingenió para ello, ¿acaso no tiene el derecho de cobrar más por su ingenio?

En cuanto al intermediario, este presta un servicio al igual que los productores. Resulta fácil echar culpas, pero a menudo no hay «culpables» sino situaciones fortuitas, tal como sequías o lo contrario, y no tenemos otra que lidiar con ello, sin la necesidad de conjurar al Chapulín burócrata para que juegue a ser un Rey Salomón.  Y en todo caso, el tiempo que pierden en lo que no deben es tiempo que desaprovechan para pillar a los juega vivos.

No existe otra alternativa que el sistema competitivo y cualquier intento que procura igualdades termina produciendo desigualdades. Además, si eliminamos la competitividad, por más que esta sea dura de tragar, flaco favor nos hacemos. Si hay alguna realidad de este mundo que es imperativa es la de la competencia por la supervivencia, y ningún funcionario puede apagar a su albedrío este mecanismo. Cada uno de nosotros vino a este mundo porque se dio una competencia contra miles en la fecundación del óvulo.

Siempre habrá un platanero que podrá lograr ganancias a menor precio y sería injusto quitarle la ventaja que logró con ingenio y trabajo. Aún bajo un régimen socialista ideal en dónde el producto económico del trabajo fuese repartido por igual a todos, habrían áreas de producción más exitosas que otras en dónde la repartición crearía desigualdades entre estos y otros grupos menos productivos.

El resultado de manipular mercados, tal como fue sugerido en el artículo mencionado, es que quizás se pueda beneficiar a algunos plataneros, pero siempre quedarán por fuera otros, y ni hablar de los tomateros, ñameros, etc. En algún momento los esfuerzos de unos se verán afectados por circunstancias imprevisibles, ya sea a favor o en contra, y si se intenta proteger a unos contra inclemencias, mientras que se previene que otros logren mayor ganancia «inmerecida» porque fue fortuita o basada en su mayor habilidad, la remuneración dejaría de ser el factor determinante y quedaríamos todos en manos de los burrócratas.

 

*El autor es miembro de la Fundación Libertad

 

Fuente: Fundación Libertad