Latinoamérica: Neoliberales y otras etiquetas

Por:

Gabriela Calderón de Burgos

En:

El Universal

País:

Columnas

Fecha:

11 de enero de 2016

Las etiquetas sirven tanto para confundir como para simplificar la realidad. Una de las que confunden es el término “neoliberalismo”. ¿Conoce a algún neoliberal autoconfeso? Yo no, aunque sí muchos detractores de ellos. Lo curioso es que solo sus detractores usan el término. Sí conozco liberales, socialistas, socialdemócratas, etcétera. Una estrategia muy hábil –falacia diría un profesor de Lógica– es aquella de construir un hombre de paja y endilgarle a ese invento propio todo lo que suele desagradar a muchos. Por ejemplo, todo lo malo del pasado es culpa de “la larga noche neoliberal”. Por eso vale empezar este año aclarando algunas etiquetas del discurso político.

El abogado peruano Enrique Ghersi sostiene en un ensayo acerca del origen y uso del término “neoliberalismo” que este es “una figura retórica por la cual se busca pervertir el sentido original del concepto [‘liberalismo’] y asimilar con nuestras ideas [‘liberales’] a otras ajenas con el propósito de desacreditarlas en el mercado político”. Mediante el uso de “neoliberalismo” se busca “presentar partes del liberalismo como si fuera parte del todo”. Por ejemplo: si bien el liberalismo en coherencia con su propuesta de un menor estatismo respalda las privatizaciones, de ninguna manera propone la conversión de monopolios públicos en monopolios privados (como se hizo en el caso de Telmex en México, por ejemplo), dejando así a un lado un elemento esencial para todo liberal: la competencia.

Ahora corresponde una explicación breve de qué es el liberalismo, o al menos, el liberalismo clásico. Como expliqué en la introducción a mi libro (Entre el instinto y la razón, 2014): “Esta tradición sostiene que cada individuo, sin importar su nivel de ingreso o formación u otra particularidad, tiene el derecho de llevar a cabo su proyecto de vida y asimismo la correspondiente obligación de respetar el mismo derecho de los demás. Si cada individuo es soberano sobre su proyecto de vida, entonces no se justifica una amplia gama de intervenciones del Estado –en ámbitos tanto íntimos como cotidianos– que van más allá de proteger los derechos fundamentales de las personas. Lo que distingue a esta tradición de otras es su coherencia. Los liberales no solo defendemos la libertad para que los individuos realicen intercambios voluntarios en lo económico…, sino también para que tengan la libertad de tomar todo tipo de decisiones personales”.

El liberalismo se distingue de las derechas e izquierdas, etiquetas que se suelen autoimponer la mayoría de electores y políticos. El economista argentino Alberto Benegas Lynch (h) considera que “en la práctica las rencillas izquierda-derecha se deben a facciones que luchan por el poder y que a veces se embarcan en muy distintas estrategias para el mismo objetivo de estatización y con el mismo enemigo común: el liberalismo”. Para concluir, Benegas Lynch (h) dice que “la verdadera disyuntiva, con sus muchos matices, es entre el estatismo y el liberalismo”.

A diferencia del “neoliberalismo”, no es que las izquierdas y derechas sean inventos, sino que a pesar de ser rivales en el campo político, no son tan distintas e incluso han colaborado dado que las dos comparten el deseo de llegar a controlar el Estado para imponer sus criterios a los demás. Espero que esta breve introducción a las etiquetas del discurso político le sirva para navegar este año electoral.

 

 

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Publicado originalmente en El Universo (Ecuador), el 8 de enero de 2016.