Argentina: Murió el Caudillo. ¿Viva el Caudillo?

Por:

Aldo Abram

En:

CIIMA-ESEADE

País:

Argentina

Fecha:

28 de diciembre de 2010

Como todo caudillo, quien basa su liderazgo en la búsqueda del poder hegemónico, provoca profundas divisiones en la sociedad. Más cuando su estilo exacerba esa característica de confrontación contra quienes, dejan de ser conciudadanos  que piensan distinto, para pasar a ser considerados «enemigos».

Desde nuestra humanidad no podemos más que condolernos con el sufrimiento de quienes lo amaban. También es propio del ser humano exaltar las virtudes y olvidar los defectos de quienes dejan esta vida. Sin embargo, sería un ejemplo más de nuestra inmadurez cívica sino aprendiéramos algo de lo que ha sucedido.

Al enterarse de la trágica noticia, un gran número de argentinos reflexionaron sobre lo que esto podía significar para el futuro del país. Gente que percibía que cuando, desde el gobierno, alguien se arroga todos los derechos, el pueblo se transforma en súbdito. Sin embargo, la pregunta  que debemos hacernos es de quién es la culpa de que un líder avance hacia el poder absoluto en el marco de la vigencia formal de una Democracia Republicana.

Los frenos institucionales a esta humana ambición existen, están en nuestra Constitución; pero no funcionan mágicamente. Dependen de la acción de todos los ciudadanos; aunque les quepa mayor compromiso a quienes se han propuesto para ejercer dichos roles (los jueces y legisladores) y, también, a la dirigencia económica, intelectual y profesional; ya que cuentan con más posibilidades de ejercer dicha responsabilidad cívica.

Lamentablemente, no ha sido ésta nuestra actitud ciudadana. No solo en los últimos años, sino durante la vigencia de estos 27 años de democracia. En general, nuestra función ha sido simplemente la de emitir el voto cada vez que se nos demanda, sin siquiera evaluar demasiado a quién vamos a elegir para que nos represente (si es capaz, honrado y si sus ideas son  las que consideramos mejores para nosotros, nuestra familia y el país).

Votamos partidos y liderazgos, en una cómoda actitud de «confiar» en quienes eligieron a los que aparecen en esa «lista sábana» que pondremos en una urna. A tal punto ha llegado esta desidia de los argentinos que, en el marco de una democracia representativa, hemos llegado a elegir para «representarnos» en el Congreso a quien nos anticipa que no asumirá el cargo para el que se propone («candidaturas testimoniales»).

Ante los avances del caudillo sobre los derechos e instituciones, hemos tendido a minimizar el problema y buscado desentendernos, sobre todo si no éramos los afectados directos. Así permitimos que la órbita de su poder se expanda, olvidando o «ignorando» que la ambición humana no tiene límite y que, cuando el poder se ejerce absolutamente, es porque se ha apropiado de los derechos y libertades de aquellos a los que se gobierna.

Es cierto, alguna parte de nuestra dirigencia ha dado en los últimos tiempos señales de preocupación por estos excesos. Quizás porque limitaban sus propias ambiciones de poder, o afectaban sus intereses económicos o presentía que el embate sobre la justicia y la intención de dominar los medios de comunicación amenazaba con desmoronar la última muralla de defensa de nuestros derechos, avasallando la libertad de expresión. Sin embargo, la sensación era que poco se podía hacer y, en muchos casos, de temor ante la reacción del caudillo que tanto poder había acumulado; o mejor dicho, que nuestra irresponsabilidad cívica (particularmente de la dirigencia empresaria, intelectual y profesional) le dejó sumar. Si no entendemos esto, volveremos a repetir los errores y algún futuro caudillo volverá a intentar instaurar una autocracia en la Argentina.

(*) Director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA-ESEADE)

Fuente: Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA-ESEADE), 28 de diciembre de 2010.