Como todo caudillo, quien basa su liderazgo en la búsqueda del poder hegemónico, provoca profundas divisiones en la sociedad. Más cuando su estilo exacerba esa caracterÃstica de confrontación contra quienes, dejan de ser conciudadanos  que piensan distinto, para pasar a ser considerados «enemigos».
Desde nuestra humanidad no podemos más que condolernos con el sufrimiento de quienes lo amaban. También es propio del ser humano exaltar las virtudes y olvidar los defectos de quienes dejan esta vida. Sin embargo, serÃa un ejemplo más de nuestra inmadurez cÃvica sino aprendiéramos algo de lo que ha sucedido.
Al enterarse de la trágica noticia, un gran número de argentinos reflexionaron sobre lo que esto podÃa significar para el futuro del paÃs. Gente que percibÃa que cuando, desde el gobierno, alguien se arroga todos los derechos, el pueblo se transforma en súbdito. Sin embargo, la pregunta  que debemos hacernos es de quién es la culpa de que un lÃder avance hacia el poder absoluto en el marco de la vigencia formal de una Democracia Republicana.
Los frenos institucionales a esta humana ambición existen, están en nuestra Constitución; pero no funcionan mágicamente. Dependen de la acción de todos los ciudadanos; aunque les quepa mayor compromiso a quienes se han propuesto para ejercer dichos roles (los jueces y legisladores) y, también, a la dirigencia económica, intelectual y profesional; ya que cuentan con más posibilidades de ejercer dicha responsabilidad cÃvica.
Lamentablemente, no ha sido ésta nuestra actitud ciudadana. No solo en los últimos años, sino durante la vigencia de estos 27 años de democracia. En general, nuestra función ha sido simplemente la de emitir el voto cada vez que se nos demanda, sin siquiera evaluar demasiado a quién vamos a elegir para que nos represente (si es capaz, honrado y si sus ideas son las que consideramos mejores para nosotros, nuestra familia y el paÃs).
Votamos partidos y liderazgos, en una cómoda actitud de «confiar» en quienes eligieron a los que aparecen en esa «lista sábana» que pondremos en una urna. A tal punto ha llegado esta desidia de los argentinos que, en el marco de una democracia representativa, hemos llegado a elegir para «representarnos» en el Congreso a quien nos anticipa que no asumirá el cargo para el que se propone («candidaturas testimoniales»).
Ante los avances del caudillo sobre los derechos e instituciones, hemos tendido a minimizar el problema y buscado desentendernos, sobre todo si no éramos los afectados directos. Asà permitimos que la órbita de su poder se expanda, olvidando o «ignorando» que la ambición humana no tiene lÃmite y que, cuando el poder se ejerce absolutamente, es porque se ha apropiado de los derechos y libertades de aquellos a los que se gobierna.
Es cierto, alguna parte de nuestra dirigencia ha dado en los últimos tiempos señales de preocupación por estos excesos. Quizás porque limitaban sus propias ambiciones de poder, o afectaban sus intereses económicos o presentÃa que el embate sobre la justicia y la intención de dominar los medios de comunicación amenazaba con desmoronar la última muralla de defensa de nuestros derechos, avasallando la libertad de expresión. Sin embargo, la sensación era que poco se podÃa hacer y, en muchos casos, de temor ante la reacción del caudillo que tanto poder habÃa acumulado; o mejor dicho, que nuestra irresponsabilidad cÃvica (particularmente de la dirigencia empresaria, intelectual y profesional) le dejó sumar. Si no entendemos esto, volveremos a repetir los errores y algún futuro caudillo volverá a intentar instaurar una autocracia en la Argentina.
(*)Â Director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA-ESEADE)
Fuente: Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA-ESEADE), 28 de diciembre de 2010.