Venezuela: Herencia o aprendizaje

Por:

Leonor Filardo

En:

cedice@cedice.org.ve

País:

Columnas

Fecha:

1 de noviembre de 2010

Rodney Stark, profesor de Estudios Comparados sobre Religión en la Universidad de Baylor, en La Victoria de la Razón, señala que el capitalismo nació en los monasterios europeos del siglo IX donde la inventiva y eficiencia de los monjes los transformó en banqueros. Ellos le dieron el dinamismo a la economía medieval y la Iglesia se convirtió en la propietaria más importante de tierras, mucho más que la de los reyes, emperadores y señores feudales. Ello condujo a la especialización, al comercio, al crecimiento económico de una manera extraordinaria. El capitalismo se inició en Italia y floreció en Flandes, Holanda e Inglaterra, pero fue rechazado por España y Francia que escogieron el camino de ser gobernados por déspotas, que se apoderaban, vía confiscación, de las propiedades, gravaban a los productores y a la población con elevados impuestos, y establecían regulaciones en tal magnitud que destruyeron la producción y el comercio.

R. Stark se pregunta por qué España, uno de los imperios más importantes del mundo, rechazó el capitalismo. Cree que este comportamiento, sumado a sus políticas intervencionistas, a la animadversión al trabajo de hidalgos, que consideraban el comercio y la industria oficios inferiores, a las guerras, a su elevado endeudamiento y a la Inquisición tiránica, la llevó a la declinación y ruina en el siglo XVII.

Su historia se inicia con Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los cuales formaron el imperio por la fusión de dinastías y el descubrimiento del Nuevo Mundo. Su reinado fue la época de oro de España. Su popularidad era tal que legisladores de la Corte de Castilla nunca les impusieron límites a sus gastos, que financiaban con elevados impuestos. Pero el descubrimiento de América les trajo fortunas: grandes cantidades de oro y plata de México y Perú que gastaban en su fuerza militar, en importar armas y bienes, en el derroche de la realeza, en financiar guerras y a sus aliados. Ello se tradujo en la destrucción de la producción y de su capacidad de exportar.

Su riqueza fue ilusoria porque al dejar de producir y al no ser suficiente el oro y la plata para cubrir sus excesos, se endeudaron sin limites. Le siguieron cinco reyes de la Casa de Austria: Carlos I, Felipe II, III y IV y Carlos II. Los cuatro primeros continuaron con la hemorragia de endeudamiento por las mismas razones. Varias veces tuvieron que declararse en quiebra. Poco antes de su muerte, Felipe IV tuvo que enfrentar la brutal realidad: el reconocimiento de independencia de los Países Bajos y la Paz de Westfalia, que fueron dos tratados de paz con los cuales finalizaba la guerra de 30 años con Alemania y de 80 años entre España, los Países Bajos y Francia. Así, ingleses y holandeses, habiendo alcanzado un nivel avanzado de capitalismo, se convirtieron en las principales fuerzas económicas de Europa.

Después de 200 años de independencia de la Madre Patria, América Latina es el reflejo de esta historia. Algunos países como Chile, Brasil, Colombia y Perú, entre otros, han aprendido y están progresando porque sus líderes, con inteligencia emocional, han entendido que gobernar para todos significa buscar el progreso sin exclusión.

En Venezuela, el actual Presidente, para gobernar, ha combinado el odio, la megalomanía y la ambición de poder. El psicoanalista Alfredo Carrasquillo en su análisis sobre el tema plantea: ¿Qué puede pasar, cuando el líder con estos atributos se ve enfrentado a golpes de cierto peso a su amor propio como una derrota o rechazo de aquellos que le otorgan legitimidad a su lugar de líder? ¿Qué consecuencias tendría que el líder en vez de aprovechar el fracaso como una oportunidad de crecimiento y aprendizaje humilde, opte por obturar la realidad por la vía de un operativo megalómano o de transgresión de la ética política más básica?

La historia demuestra que tal escenario crea las condiciones para la puesta en escena de un delirio, como un intento de «solución» al desbordamiento de su teatro interno, convierte la megalomanía y el goce del poder en su tabla de salvación para mantener el vínculo con los otros y asegurar, aunque frágilmente, algún lazo social, mientras insiste en su proyecto de no querer saber nada de su dolor, de las debilidades de su liderato o de su fracaso. Queda por ver por cuánto tiempo los que lo acompañan y el pueblo se dejan seducir por tal operativo imaginario, que evoluciona hacia mecanismos psíquicos primitivos y de peligrosas consecuencias.

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(*) Leonor Filardo es consultora en economía y finanzas, miembro del grupo CEDICE en Venezuela. Se graduó de Economista por la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela, y sacó un postgrado y una maestría en comercio internacional en University of Surrey, Inglaterra.
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