Latinoamérica: Gramsci versión caribeña

Por:

Fabián Calle

En:

Infobae

País:

Columnas

Fecha:

26 de julio de 2017

El intelectual comunista italiano de comienzos del siglo pasado, Antonio Gramsci, es recordado por algunos influyentes escritos cuyo objetivo era buscar los mecanismos de acceso al poder en países occidentales. Su hipótesis central fue que lo que asaltó al Palacio de Invierno de 1917 en Rusia era un momento muy poco repetible y que el ascenso del socialismo real a un país dotado aún de fuertes rasgos feudales y con masas campesina distaba mucho de ser lo esperado por el pensamiento de Karl Marx en la segunda mitad del siglo XIX.

El padre de la teoría comunista basaba sus esperanzas de revolución en potencias industriales como Reino Unido, Alemania o Estados Unidos. Gramsci advertía que para que el comunismo tomara el control había que buscar nuevos métodos, tácticas y estrategias. Básicamente, que el Partido Comunista en Italia y otros países occidentales con cierto nivel medio y alto deberían priorizar el componente de hegemonía cultural, e ir avanzando e influenciando en los planos de la cultura, la educación, los medios de prensa, etcétera. En palabras de este ideólogo, había que darles central importancia, en la etapa de búsqueda del poder, a los componentes de consenso y cooptación de la hegemonía en construcción.

La cara coercitiva y violenta que acompaña toda hegemonía exitosa debía ser disimular y evitar hasta que fuese inevitable. De esta forma, Gramsci aportaba su hoja de ruta a los Partidos Comunistas occidentales; en otras palabras, moverse inteligente y prudentemente dentro de sociedades complejas y con intereses múltiples como las democracias para, una vez logrado el poder, instaurar la dictadura del proletariado.

Desde el otro espectro ideológico, el mismo Hitler desarrolló una estrategia semejante entre 1929 y 1933. Aprendió de su estruendoso fracaso del intento de golpe violento y frontal en 1924.

¿Cómo vería Gramsci la situación en Venezuela hoy? Primero que todo, como profundo y atento lector de Marx, recordaría los duros y muy críticos artículos que el intelectual alemán radicado en Londres le dedicó a Simón Bolívar. Los originales de esos textos escritos para la prensa británica a mediados del siglo XIX están en su versión original en internet y cualquiera los puede leer hoy en día. Pero volvamos a la actualidad y a la tragedia humanitaria y económica en ese país caribeño. En primer término, queda en evidencia la aguda crisis de la hegemonía que logró montar Hugo Chávez desde 1999 y con fuerte ayuda cubana en materia de seguridad e inteligencia. En especial luego del fallido golpe de Estado de 1999. A los manuales y los estudios de las Relaciones Internacionales les costó y les cuesta entender este juego de espejos invertido en donde el Estado más grande, poblado, rico e inserto en el mundo como fue Venezuela pasa a depender de tal manera de otro Estado con menores atributos de poder, con excepción quizás de sus aparatos de seguridad.

La muerte de Chávez, en tierra cubana, no hizo más que profundizar esa dependencia con la designación de Nicolás Maduro. El centenar de muertos ya registrados, miles de heridos, presos políticos, la mala relación con las principales democracias de la región (México, Brasil, Perú, Colombia, Chile, Paraguay, Canadá, Estados Unidos, etcétera) y el mundo son un claro y contundente ejemplo del papel central del componente represivo y coercitivo. Es decir, una aguda crisis del control hegemónico.

Un factor central a tomar en cuenta por la diplomacia y los tomadores de decisiones en La Habana es hasta qué punto se mantendrán en la postura de respaldar a nivel de ideas y medios al régimen de Venezuela. Cargando con el descrédito y provocando una aguda erosión de la buena imagen o la compasión que el comunismo cubano tienen en los «círculos rojos» (en ambos sentidos del término) de la progresía en diversos países de la región y el mundo.

Cuando un ex líder guerrillero salvadoreño de izquierda de fama mundial como es Joaquín Villalobos toma partido abiertamente contra el gobierno venezolano, algo serio está pasando. Desde ya que no faltarán intelectuales, políticos, periodistas, académicos, etcétera, que desde cómodas oficinas y bares hagan agudas críticas a Villalobos y otros íconos de la lucha revolucionaria por la herejía de pedir democracia, división de poderes, libertad a los presos políticos y respeto a los derechos humanos en Venezuela. Típicas diferencias de percepción entre los que fueron guerrilleros en serio y quienes hacen como si. ¿Los simpatizantes del castro-chavismo que con buenas intenciones o como factor de acumulación política recuerdan los muertos por la represión el 19 y 20 de diciembre 2001 en Buenos Aires, de qué se deberán disfrazar al momento de que se les pregunte por el caso venezolano? Ni que decir de la cuestión de los derechos humanos, una bandera clave que eligió la izquierda desde el fracaso de la toma armada del poder en diversos países de la región en los setenta.

Tendrán que mantener un ensordecedor silencio o buscar alguna seudoteoría que trate de explicar que hay violaciones que están bien y otras que están mal. Gramsci les recomendaría un discurso menos tirado de los pelos y más creíble.

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Publicado originalmente en Infobae, el 25 de julio de 2017