Brasil: El »influyente» Lula también dice bobadas

Por:

Claudio Paolillo

En:

CADAL

País:

Brasil

Fecha:

20 de diciembre de 2010

El mundo ha sido cautivado por el presidente de Brasil, Luis Inácio Lula Da Silva. Casi no pasa semana sin que el jefe de Estado brasileño, que está a punto de finalizar su mandato, reciba alguna distinción desde el exterior. El Occidente desarrollado le manifiesta su admiración, los asistentes a la exclusiva reunión de magnates de Davos le dispensan pleitesías, la revista «Time» lo nomina como uno de los hombres más influyentes del mundo, pero también se rinden a sus pies déspotas como el iraní Mahmud Ahmadineyad y el venezolano Hugo Chávez, y dictadores como el chino Hu Jintao y el cubano Fidel Castro.

Lula es el «niño mimado» de todos: demócratas y dictadores, liberales y socialdemócratas, capitalistas y socialistas, negros y blancos, mulatos y mestizos, ricos y pobres, católicos, protestantes, judíos y musulmanes. Todos quieren su foto con él. Desde Barack Obama hasta Muamar Khadafi, da la impresión de que unos y otros sienten que «lavan su conciencia» si reciben la «bendición» de Lula. El saliente presidente brasileño parece haber pasado a la categoría de «santo» planetario.

Por cierto, Lula ha hecho buenas cosas al frente de su país en casi ocho años de gobierno. Defendió con uñas y dientes -e hizo avanzar- todos los intereses estratégicos de Brasil, más allá de su retórica solidaria y campechana. Aplicó a rajatabla una economía de mercado capitalista envolviendo sus acciones con un lenguaje «izquierdista» o «progresista», como se dice ahora. Mantuvo en todos sus términos los planes de su antecesor Fernando Henrique Cardoso y consiguió cifras interesantes para que Brasil sea un país sin tantos contrastes desgarradores, aunque la pobreza y la indigencia siguen siendo descomunales. Y desplegó un fenomenal marketing personal que, siempre en pose de «humilde obrero metalúrgico», le deparó un éxito inigualable.

Pero ni Lula es un «santo» ni todo lo que hace es digno de elogio. Una prueba de esto es lo que le dijo, en la cúspide de su popularidad mundial, al periodista español Juan Luis Cebrián, que viajó hasta Brasil para hacerle en persona una ditirámbica entrevista al actual «número uno del mundo». Quizá víctima, también él, del embelesamiento generalizado respecto a Lula, el experimentado Cebrián dejó pasar, sin repreguntas, afirmaciones como esta: «estamos construyendo un capitalismo moderno, el Estado de bienestar. Cuando entré en el gobierno, Brasil no tenía crédito, no tenía capital de trabajo, ni financiación, ni distribución de la renta. ¿Qué coño de capitalismo era ese? Un capitalismo sin capital. Resolví entonces que era preciso primero construir el capitalismo para después hacer el socialismo; hay que tener qué distribuir antes de hacerlo. Si el país no tiene nada, no hay nada que distribuir». («El País» de Madrid, domingo 9 de mayo de 2010).

¿Perdón? Margaret Thatcher, la ex primera ministra de Gran Bretaña, decía exactamente lo mismo en los años ’80. «No hay alternativa» al capitalismo y a la economía de mercado; «es necesario aumentar la torta para que el reparto sea mayor», repetía sin cesar la Sra. Thatcher. Pero entonces y ahora, ella era «mala»: era «conservadora» (no «progresista»), era «neoliberal» y «egoísta» (jamás integraría la cofradía «solidaria» del Alba y de la Unasur) y, por cierto, era «promotora-de-un-sistema-insensible-con-los-intereses-populares». ¿Por qué está bien, no se sospecha de insensibilidad ni se arquean las cejas cuando lo dice Lula, y cuando lo dice Thatcher o cualquier otro «neoliberal» inmediatamente pasan al índex de los «enemigos a aniquilar»?

Juguemos con Lula, ahora que se le suelta la lengua. Dice que decidió «construir el capitalismo para después hacer el socialismo». Interesante, ¿Cuánto tiempo le llevará «construir el capitalismo»? ¿Ocho años? ¿Veinte años? ¿Un siglo? ¿Y después? ¿Cuándo llegará el «socialismo»? ¿Y cuál de ellos? ¿El que concibieron Marx y Engels? ¿El de su amigo Castro o el de su amigo Chávez? ¿Quizá el de su socio Hu? ¿O el del español Rodríguez Zapatero, que es tan socialista como la Madre Teresa era partidaria de la guerra?

Pero, además, ¿cómo se hace para pasar de un estadio a otro? ¿Cuál es la fórmula? En el capitalismo, la gente se acostumbra a la propiedad privada, a la competencia, a la economía de mercado, a la libre empresa, a ganar plata en base a inversiones y esfuerzos, al lucro, a la oferta y a la demanda. Todo eso es una cultura y un estilo de vida. Cuando pasen, digamos, 20 años de generaciones de brasileños creciendo y viviendo en esa cultura, ¿cómo la misma persona los convence para que desde cierto momento en adelante se acabe el lucro, la libre empresa, la propiedad privada y la economía de mercado, para dar paso a otra cultura, completamente diferente, cuyo lema sería (¿sería?) «para cada quien según sus necesidades y de cada quien según sus posibilidades»?

El presidente Lula será actualmente todo lo influyente que se quiera, pero lo que dice simplemente no es serio.

El inefable cineasta norteamericano Michael Moore, que ha hecho de su crítica al capitalismo su gran empresa capitalista en Estados Unidos, fue quien escribió para la revista «Time» la explicación de por qué Lula es uno de los personajes más influyentes del mundo. Tal para cual. Moore dice que Lula logró «voltear la tortilla» contra la injusticia social y es «una lección para los multimillonarios del mundo: si le dan al pueblo buenos cuidados de salud, el pueblo no les causará tantos problemas».

Tampoco esto tiene la mínima seriedad. Moore puede decir cualquier cosa -y cuanto más demagógica, mejor para él-  porque ese es precisamente su negocio. Pero los hechos destrozan sus dulces palabras. El veterano periodista brasileño José Roberto Guzzo explicó por qué en la última edición de «Veja».

«Está entre los malos hábitos permanentes del Brasil la ilusión de creer que es posible convivir, sin mayores perjuicios, con la combinación con la cual hemos convivido hasta hoy: una mezcla general que junta la incompetencia de la máquina pública en la ejecución de sus deberes, la indiferencia de un electorado sin interés, paciencia o información para seguir lo que los políticos hacen con su dinero y los vicios de un sistema político que está entre los peores del mundo», escribió Guzzo. Y agregó: «basta pensar durante cinco minutos sobre ciertas realidades para constatar el disparate que es considerar al Brasil actual como un país exitoso, cuando al 50% de la población no le llega la red de alcantarillado». El periodista dijo que este es sólo un ejemplo del «abismo social» que reina en Brasil. Y, con ironía, precisó: «estamos avanzando, es claro. En 510 años ya conseguimos llegar a la mitad del camino. Un día, si Dios quiere, todos tendrán alcantarillas. Pero la única pregunta que interesa, en esta y en otras cuestiones del mismo tipo es: ¿cuándo? Para los casi 100 millones de brasileños que no tienen alcantarillas, hace toda la diferencia».

Influyente, capitalista actual, futuro socialista, moderno, multinacional, multi-ideológico, ejemplo a seguir y, próximamente, ex presidente. Todo lo que quieran. Lula es, tanto para la «sabiduría popular» como para la «Ã©lite mundial», un auténtico genio.

¿Falta mucho para que algo de seriedad vuelva a ser prioritario en nuestras vidas? ¿O estamos condenados in eternum a la farándula, a la frivolidad y a la ligereza?

(*) Director del semanario «Búsqueda».

Fuente: Semanario uruguayo Búsqueda y publicado en CADAL, 13 de mayo de 2010.