Argentina: Cristina decidió profundizar el kirchnerismo

Por:

Joaquín Morales Solá

En:

La Nación (Argentina)

País:

Argentina

Fecha:

3 de enero de 2011

Cuando se cumplían dos meses de la muerte de su marido, la Presidenta decidió hacer cosas que hasta Néstor Kirchner no se animaba a hacer. Firmó las medidas presupuestarias más arbitrarias de la era kirchnerista. Pocos días antes había tirado por la ventana a dos importantes funcionarios de su gobierno relacionados con asuntos judiciales. La presunta culpa de éstos fue que la Justicia empezó a dictar resoluciones contra los intereses políticos de la administración. No hay dos Kirchner, entonces, sino un solo modo de entender el gobierno. La única diferencia comprobable es que Cristina Fernández carece de la capacidad de creación política que tenía su esposo. Lo que antes era una novedad permanente, ahora es una simple repetición, que termina profundizando un modelo bonapartista de conducir una democracia teórica.

En rigor, los dos Kirchner gobernaron siempre la Argentina sin presupuesto. ¿Cómo lo hacían? Subestimaban las cifras del crecimiento y, por lo tanto, de los ingresos fiscales. A los pocos meses, el presupuesto aprobado por el Congreso se convertía en un papel inservible; en ese momento entraba en funcionamiento el pésimo mecanismo institucional de los superpoderes del Ejecutivo, y el presupuesto del Estado se convertía en un intrascendente presupuesto familiar.

Por eso, los superpoderes pasaron de ser una excepción a la categoría de permanentes, mediante una polémica ley, cuando Fernández se acercaba a la Presidencia, todavía bajo el gobierno de su esposo. Un país que estuvo, de hecho, sin presupuesto durante siete años le permitió al oficialismo la construcción de una fabulosa maquinaria política y electoral con los recursos del Estado.

Sin embargo, fue tan grave como lo que hizo la Presidenta en los últimos dos meses, cuando debía aprobarse el primer presupuesto del kirchnerismo sin mayoría automática en el Congreso. Impidió el tratamiento del presupuesto en el Congreso, que algunos partidos opositores estaban dispuestos a aprobar en líneas generales, con algunos cambios. No. A todo o nada, ordenó Cristina, y se quedó sin presupuesto.

Era lo que ella quería. En días muy recientes, la Mandataria usó sus facultades legales para extender la vigencia del presupuesto de 2010. No se conformó con eso: retocó y creó partidas, aumentó el monto de las reservas para pagar deuda pública, según el criterio discrecional del Ejecutivo, y terminó dibujando el mismo presupuesto que el Congreso no le aprobó. Preparaba el carruaje para el año electoral que acaba de comenzar. Ya son todas las cuentas del Estado las que se han convertido en cuentas corrientes personales de la Mandataria.

El Congreso pasó a ser una reliquia de museo. Faltaba hacer un intento, al menos, para disciplinar a la díscola Justicia. Hace pocas semanas, la Presidenta se reunió reservadamente en Olivos con tres miembros de la Corte Suprema, pero no se trató ninguno de los casos judiciales que interesan al Ejecutivo.

Quizá la Presidenta quiso rectificarse del desplante que les hizo a los jueces más importantes del país, cuando no los recibió durante los funerales de su esposo. Sea como sea, Cristina salió optimista de aquella reunión con los máximos jueces. Creyó que la Corte, a la que hace un año la Presidenta acusó de golpista, le resolvería los muchos problemas que tiene en la Justicia. El optimismo duró poco; un clima de final de época parece haberse instalado entre los jueces de primera y de segunda instancia, que todas las semanas dictan algún fallo contra funcionarios kirchneristas.

Tres fallos judiciales tumbaron al secretario de Comercio, Guillermo Moreno; dos fallos correspondían a su gestión de barrabrava en la empresa Papel Prensa y uno se refirió a su rol protagónico en la destrucción del Indec. En una de las resoluciones sobre Papel Prensa, tres jueces de una Cámara Comercial acusaron a Moreno de usar dentro de esa empresa las formas del nazismo. Dicen que Cristina Fernández explotó de ira cuando leyó esa sentencia. Adiós, entonces, al secretario de Justicia, Héctor Masquelet, un hombre de Aníbal Fernández; la Presidenta acusó a Masquelet de inoperante frente a los jueces.

 Pocos días después, echó también al procurador del Tesoro, Joaquín da Rocha, al que culpó de blando en la causa penal contra Papel Prensa. En rigor, Da Rocha sólo le había mejorado el contenido jurídico, dentro de la misma calumnia, de un desastroso borrador que había redactado el increíble secretario de DD.HH., Eduardo Luis Duhalde, supremo inquisidor del periodismo independiente. Da Rocha y Masquelet cayeron también bajo la acusación de no haber sabido defender la nueva ley de medios, que está paralizada en su parte medular por la Justicia.

 La Presidenta podría haber echado por ineptos a Duhalde y a Gabriel Mariotto (autor de la ley de medios) en lugar de Masquelet y Da Rocha. Pero eso hubiera significado una autocrítica o una severa rectificación del rumbo oficial. Cristina tiene un estilo personal diferente del de su esposo y cierta predilección por otras personas de la política. El resto, una concepción muy módica de la democracia y un método autoritario para gobernar, pertenece al mismo paradigma que acunó y crió a los dos Kirchner.

(*) Periodista especialista en política.

Fuente: La Nación (Argentina), 02 de enero de 2011