El triunfo de Evo Morales en primera vuelta estaba anunciado. Nueve años después de su primera victoria, es ya un poder hegemónico al que no hay forma democrática de limitar y un presidente reeleccionista que ha puesto las instituciones al servicio de su eternización.
En 2009 refundó el paÃs con ese propósito y en 2013 hizo que el Tribunal Constitucional interpretara la nueva Carta Magna, que prohÃbe más de dos mandatos consecutivos, de tal modo que el primer mandato no se tuviera en cuenta porque aquel era, literalmente, otro paÃs. Ya veremos qué recurso emplea en 2019 para prolongar su mandato más allá de 2020, fecha en que habrá sido el gobernante más longevo de la historia republicana.
A todo ello hay que añadir que Evo ha utilizado astutamente el reclamo marÃtimo contra Chile. No sólo movilizó el sentimiento nacional con la demanda en La Haya basada en los “derechos expectaticiosâ€: también logró captar/cooptar a adversarios como Carlos Mesa, vocero de la causa.
¿Qué cabe esperar? Por lo pronto, más de lo mismo, sólo que peor: los contratos de gas con Brasil no vencen hasta 2019 (y otro con Argentina, hasta 2027), lo que garantiza unos ingresos suculentos para el gobierno aun en este contexto internacional complicado para América Latina. Da una idea de la distorsión que los hidrocarburos producen en la economÃa boliviana, que tiene escasa inversión privada, el hecho de que este año ese paÃs sea el segundo en crecimiento en toda la región. La bancada parlamentaria apabullante con la que Morales sale de estos comicios, el control directo que ha establecido sobre los medios de comunicación, la cooptación de muchas organizaciones de base, la desmotivación del empresariado cruceño en la lucha democrática y la división opositora permiten presagiar que Palacio Quemado seguirá siendo una aplanadora.
Ello dará a Evo vÃa libre para la polÃtica exterior que le gusta: la esporádica provocación a Chile, la hostilidad contra la Alianza del PacÃfico, la campaña para que Cuba esté en la Cumbre de las Américas y el alineamiento con los dos paÃses populistas cuyos gobiernos están en problemas por la magnitud de la crisis que soportan: Venezuela y Argentina. Esa polÃtica exterior, por cierto, no irá demasiado lejos, dada, precisamente, la limitación que imponen a Venezuela y Argentina sus respectivas recesiones y divisiones internas. Para no hablar del revés que sufrirÃa si Aécio Neves logra desalojar a Dilma Rousseff de Planalto y se debilita el soporte que Brasil ha dado a los amigos del Alba en distintos momentos y de distinta forma.
Por eso no quita lo importante: desde Palacio Quemado, Evo otea su propia eternidad presidencial.